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Los ríos son caminos que se mueven.

"LOS RÍOS SON CAMINOS QUE SE MUEVEN", debe haber pensado aquel hombre del Paleolítico observando un tronco siendo llevado por la corriente del río. Siempre había vivido en la cercanía del vital elemento —que aún no había aprendido a canalizar, almacenar o transportar— para sobrevivir en el mundo prehistórico de selvas, cavernas y gigantescos animales salvajes. No cabe duda de que el espectáculo del tronco arrastrado por el agua debe haber despertado su curiosidad. Podría moverse con un tronco para cruzar aquel río y poder explorar la otra margen? Que había del otro lado del río?

Fue el comienzo de la navegación. Un hombre aferrado a un madero flotante; más tarde, un hombre dirigiendo o retardando el movimiento mediante una gruesa rama que tocara el fondo. Luego vendría la balsa, hecha de troncos ligados con lianas, o el gran madero vaciado para formar una canoa. Estas primeras canoas aparecen ya en el año 30.000 antes de Cristo. Más tarde, en el período neolítico, el ingenio humano descubre las materias bituminosas y barniza con ellas los cascos de madera para hacerlos impermeables, o extiende cueros sobre una liviana armazón de mimbre o caña. Estos botes, inventados por genios anónimos hacen incontables siglos, el curragh irlandés y el kufa de los primeros habitantes de Mesopotamia, siguen siendo usados en las remotas caletas de Irlanda y en las riberas del Tigris y el Éufrates. Pero el agua opone resistencia a la redonda proa de estos verdaderos canastos flotantes: aparece la piragua en forma de huso, estabilizada a veces por una viga paralela al casco. Es la canoa que aún hoy usan los isleños de la Polinesia y que usaron en un pasado remoto para viajar de isla en isla, hasta alcanzar el continente americano. Más al norte, en los helados páramos polares, el esquimal inventa el insumergible kayak, verdadero saco flotante de piel de foca extendida sobre una armazón liviana de madera, en el cual se introduce el remero hasta la cintura: una embarcación veloz, ligera, maniobrable, que además protege al navegante de las heladas aguas septentrionales. Una vez que los primeros navegantes se aventuraron fuera del resguardo natural de los ríos, se suscitó un nuevo problema: impulsar la embarcación en aguas marinas. En el tercer milenio antes de Cristo, o tal vez antes, surge la idea de utilizar la fuerza del viento para contrarrestar la fuerza del oleaje, y aparecen las primeras velas.

En Egipto se conocen desde el año 3500 antes de Cristo, pero los eruditos estiman que el invento es mucho más antiguo aún: se sabe que en tiempos remotos, pueblos enteros se extendieron de archipiélago a archipiélago, y aún de continente a continente, en el Océano Pacífico. En el cuarto milenio antes de Cristo aparecen en el Egeo, las primeras naves de madera sólida impulsadas por velas. Mientras lo malayos fabrican velas de hoja de palmera y bambú, los fenicios utilizan tela de lino; pero la tecnología básica deriva de las antiguas canoas a remo que, alrededor del año 2000 a. de C., sustituyen en Egipto a las balsas de caña. Cinco siglos más tarde aparecen las primeras naves con un remo sujeto a la popa a guisa de timón, pero transcurrirán otros 800 años antes de que se invente el ancla.

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LA LEYENDA DEL DILUVIO El nacimiento de la navegación está profundamente enraizado a una leyenda común a todos los pueblos del mundo civilizado: la del Diluvio Universal. Según una milenaria inscripción caldea, los dioses desencadenan la furia de los vientos y las aguas, pero el dios Ea desea salvar la vida de Shamashnapishtim, hijo de Ubaratuton y de su estirpe; para ello le aconseja fabricar un arca de gran tamaño, larga y ancha, sin remo: ni timón. En la versión bíblica, es Jehová quien instruye a Noé para una empresa análoga: el Arca bíblica mide 157 metros por 26 está construida de madera calafateada con betún y cuenta con tres puentes y ventanillas. En todo caso, no cabe duda de que varios milenios antes de Cristo se conocían ya los principios básicos de la construcción de naves.


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